23 jun 2013


Soy como esos juguetes de los que te hablan, te dicen cosas buenas, cosas malas o simplemente no te dicen nada. Sientes curiosidad por ese juguete, el cual quieres comprar. Vas a la tienda, convences a tu madre de que te lo compre, pero te hace prometer que vas a utilizarlo y que no jugarás con él uno o dos días; como tú quieres el juguete, aceptas. Imaginemos que es una muñeca. Empiezas a jugar con la muñeca, sabes como funciona, casi todos sus detalles y secretos, coges confianza con ella y llegas a creer que la quieres. Pero en verdad, no la quieres, solo la estás utilizando hasta que, al cabo de unos meses, encuentres otro juguete que te haga pensar lo mismo. Es tu "mejor amiga". Cuando encuentras ese otro juguete, ignoras la muñeca, la dejas apartada, aunque, la miras y le haces algo de caso. El segundo juguete, es un robot. Si, ese robot nuevo, que anuncian en las tiendas, que hablan y hacen todas las cosas que la estúpida muñeca no podía hacer.
Llega un momento en el que te cansas del robot y vuelves a la muñeca, y viceversa. La muñeca, acaba gastándose, ensuciándose de polvo porque tú la dejas en el rincón de la estantería. El robot, en cambio, no nota esos pequeños detalles, le has dado demasiada confianza como para que él se de cuenta.
Pero, gracias a las mentiras y a que le has defraudado muchas veces  

has roto esa magnifica amistad entre tú y tu muñeca.


Y tú sigues sin darte cuenta.